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miércoles, julio 11, 2012

El peso del voto migrante


La baja incidencia del voto en el extranjero nos dice que la diáspora mexicana rechaza el sufragio como una forma de hacer ciudadanía

Votar, para "ser parte"
(Mexicopolis) Julio 11 - El resultado de las elecciones del 1 de julio hubiera llevado a la presidencia a Josefina Vázquez Mota si el resultado fuera determinado por los mexicanos en el extranjero.

Con 42.17% de los votos para el PAN, 39% para Andrés Manuel López Obrador y 15.62% para el PRI, según el conteo del IFE, las preferencias electorales de los emigrantes se distinguen claramente de las expresadas por los mexicanos que habitan en territorio nacional.

A menudo se dice que la diáspora mexicana es anti-priísta, porque guarda una memoria de los gobiernos del PRI como los responsables de las condiciones de pobreza que en primer lugar los motivaron a dejar su país. De lo anterior aquello de que “los migrantes votan con los pies”.

Ciertamente, para efectos prácticos, el voto migrante fue insignificante, considerando que (al igual que en el 2006), el total de personas que votaron en ausencia (40,714) representaron menos del 1% de los 4.2 millones de electores potenciales.

Si se toma la cifra invertida para promover el voto de los migrantes en el 2006, de 270 millones de pesos, el costo este año sería de $6,632 pesos por sufragio, aunque es un hecho que en esta ocasión la inversión fue muy superior dado que los costos del registro de electores (a diferencia del 2012) corrió a cargo del IFE. Y uno puede preguntarse, ¿vale la pena?

La respuesta es un rotundo “no” si se hace una lectura desde el número de participantes en la elección. Por el otro lado, la respuesta es un “sí” del IFE, que ve el voto migrante como una “ampliación de los derechos… equivalente a la que concedió el voto a la mujer” en 1953 (IFE., p. 1).

Una lectura menos lineal, sin embargo, nos pide reflexionar en términos que van más allá de derechos y obligaciones hacia un estado nacional. Si nos atenemos al IFE, la calidad ciudadana de los migrantes se mediría por su cantidad de sufragios.

Como es bien reconocido, sin embargo, los mexicanos en el exterior participan de formas diversas y esenciales en el destino del país. El ejemplo inmediato es el de las remesas, que además de aportar estabilidad macroeconómica aseguran la alimentación y educación de millones de hogares y niños (Alcaraz, Chiquiar & Salcedo, 2010).   

Aunado a las formas materiales de estar presentes, la migración involucra a menudo subjetividades a través de las que se experimenta el país de origen de manera distante, una observación que se deriva de un proyecto de investigación en progreso que estudia los comentarios en foros de noticias en línea.

Como botón de muestra está el comentario de “bandidox”, un mexicano residente en San Diego, quien ante reportes de que un hombre de Ciudad Juárez fue apuñalado por denunciar a unos policías que lo secuestraron, escribió lo siguiente:

En serio que es el colmo de la impunidad, ya estoy hasta la madre de tanta injusticia y que el ciudadano común esté en manos de estos delincuentes. Los industriales tienen que asociarse con la gente y unir fuerzas para combatir a estos desvergonzados cobardes”.

Como la anterior, hay un sinfín de reacciones similares ante el flujo constante de reportes que muestran a México como un país en el que la población parece indefensa ante las condiciones de inseguridad, violencia, corrupción e impunidad que se narran desde los medios de comunicación.

El asunto es que la ciudadanía, más allá de derechos y obligaciones, se practica también de manera distante, a través de transacciones concretas, pero también de emociones como el enojo, de la necesidad que se siente por hacer algo para cambiar una realidad que se vive de manera distante.

De lo anterior mi opinión, en el sentido de que la baja participación electoral de los mexicanos en el extranjero es una forma de decir no a figuras de participación cívica impuestas desde arriba.

sábado, febrero 04, 2012

De la participación cívica en el contexto de las elecciones mexicanas


En un entorno político caracterizado por el escepticismo y la mediocracia, la solidaridad comunicativa es un primer paso hacia un orden político menos primitivo

Gabriel Moreno

Alineados a la perspectiva clásica de la teoría democrática los discursos de las instituciones públicas y mediáticas sugieren que los mexicanos debemos votar en las próximas elecciones para cumplir con nuestras obligaciones ciudadanas. De muestra baste el botón del IFE, que en su sitio en Internet (parafraseando), habla de votar como la expresión de participación ciudadana que hace grande a un país. 

Queda claro, sin embargo, que una cantidad significativa de los ciudadanos estamos poco interesados en el voto. En las elecciones presidenciales del 2006, por ejemplo, sólo votó 58% del electorado, lo cual se acompaña en la actualidad de un clima escéptico ejemplificado por el movimiento a favor del “voto nulo”, y que politólogos importantes proponen como una propuesta cívica

Viene a cuento preguntarse, considerando lo anterior, ¿cuál es el papel de los ciudadanos ante el contexto electoral que domina los encabezados de la comunicación vertical propagada por los medios tradicionales? Para algunos la respuesta no requiere debate: votar es responsabilidad del buen ciudadano. 

Sin embargo, ¿cuál es la ruta a seguir para aquellos que consideramos que de la oferta de “presidenciables” no se hace uno? ¿Qué hacemos los que pensamos que la democracia debe caracterizarse antes que nada por gobiernos bajo el control de los ciudadanos? 

Creo que el primer paso es construir espacios de ciudadanía que rompan con el esquema participativo de la teoría liberal. En este contexto pueden invocarse las dimensiones social, política, civil y cultural de la ciudadanía (las primeras tres categorizadas por Thomas H. Marshall), para que cada uno de nosotros encontremos en estas dimensiones nuestra forma de hacer ciudadanía. 

Se dice fácil, hacerlo es por supuesto un reto lleno de obstáculos, sobre todo cuando problemas como el desempleo, la enfermedad e inseguridad bloquean para muchos la posibilidad de pensar como ciudadanos.  

Me parece que un punto de partida hacia una solución es ponerse siempre en “los zapatos del prójimo” (más allá del contexto coyuntural de la metáfora), y a partir de ello participar en una conversación equilibrada en los intereses mutuos de quienes la sostienen. 

Este proyecto de solidaridad comunicativa va más allá de ser un buen deseo, se trata de un entendimiento pragmático, que aunque parta de trivialidades conduzca hacia caracterizaciones de ciudadanía menos primitivas que las que actualmente ofrecen las instituciones, grupos y sujetos de interés que montan el espectáculo mediático.

martes, junio 23, 2009

Anulación del voto en México: la lógica de la rancherita que “da el rebozaso” y se va

Gabriel Moreno (Londres) – En contra de las expectativas que dejó el fin del presidencialismo priísta del 2000, el voto como vía de elección popular ha sido un simulacro que ha dejado a los ciudadanos fuera de la toma de decisiones que afectan la vida diaria de los mexicanos. En pocas palabras, el voto da hueva. Qué caso tiene votar si los partidos políticos son, al menos en el imaginario colectivo, cuevas que dan cobijo a criminales con fuero, ignorantes, incompetentes, punteros de manada con los más burdos intereses de grupo, y sigue un largo etcétera. Es pues comprensible el llamado del “movimiento anulacionista” a invalidar las boletas electorales del próximo 5 de julio. Veo esta iniciativa, que podría capturar hasta 15% de los votos en la próximo elección según una encuesta reciente publicada por Reforma, como una reacción desafortunada ante la deplorable situación de la política en México. Aunque es un punto válido de discusión en la búsqueda de alternativas democráticas, hay que agregar, esta corriente es también un desperdicio de tiempo, dinero y esfuerzo, una salida falsa para una ciudadanía que como la rancherita, y ante los improperios de una grosera clase política, da el “rebozaso” y se va.

Para ponerlo de otra forma, la lógica de la anulación lleva un mensaje claro e inequívoco: ‘anulo mi voto porque todos los candidatos son parte del mismo pote de mierda’. Hay, por supuesto, diferencias entre la anulación voluntaria y la abstención, el problema es que sus consecuencias últimas son equivalentes, y dejan los resultados de la elección en manos de las bases partidistas. La anulación del voto sólo garantiza la permanencia, y por lo tanto el fortalecimiento, de la partidocracia en la que nuestro país ha quedado estancado. Sorprende pues que académicos, líderes de opinión, periodistas, estudiantes y alguno que otro individuo pensante estén deslumbrados con el concepto. En mi reciente estancia en México me pareció que el anulacionismo es percibido como un oasis de iluminación democrática. De repente pareciera como si los mexicanos hubieran inventado la anulación del voto, y con esto, un movimiento democrático que es por demás absurdo. A muchos parece no quedarles muy claro que se trata de un simbolismo que lesiona los intereses ciudadanos, aunque hay quienes quieran caracterizarlo como un hito de la transición del país hacia la verdadera democracia (por ejemplo, Aguayo Quezada, Reforma, 17 de junio).

En fin, no soy de los que – parafraseando a Aguayo Quezada – “beatifican” el voto, pero si uno juzgara a la ciudadanía de un país por su participación democrática creo que la anulación del voto en México dejaría bien claro que la democracia del país es un reflejo de una ciudadanía infantil que es incapaz de dirigir su destino. Basta mirar a los procesos recientes de India, Estados Unidos, e incluso Irán, para saber que en estos países los ciudadanos – en particular aquellos sin afiliación partidista – toman sus derechos electorales con seriedad. Anular el voto equivale a dejar las elecciones intermedias en manos de los partidos políticos y de sus afiliados, es una farsa ciudadana, un entreguismo pueril que nos deja mal parados como individuos y sociedad, más ciertos de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece.