Me entusiasma poco la idea de un México gobernado por Andrés Manuel López Obrador. Su discurso es obsoleto, carente de propuestas y proyectos, refleja a un hombre necio e indispuesto al dialogo. Hay muchas cosas que están mal con AMLO y con el PRD, pero si lo pensamos con una perspectiva pragmática y de largo plazo, en el escenario electoral que tenemos esta es la única opción auténtica para quienes el futuro de México es tan importante como sus opiniones, convicciones, creencias, e intereses personales.
Aquí por supuesto, puede decirse que el futuro de México significa diferentes cosas dependiendo de quién y desde dónde se mire. Por eso sugiero plantear el futuro en términos de un país para todos, no para un partido en el poder y sus redes de actividad humana, con todo lo que eso significa en términos de exclusión para el resto de los que no pertenecen a ese entramado.
Puede visualizarse un futuro incluyente, plural, y justo, para todos, en un país cuyas ciudades y ámbitos rurales ofrezcan condiciones básicas para la ciudadanía, es decir, para que todos podamos actuar como ciudadanos. No sólo como madres, padres, hermanos, católicos (o de otra religión), trabajadores de una oficina gubernamental, empresarios, deportistas, miembros de un partido político, estudiantes, artistas, ciclistas, automovilistas, etc., sino como ciudadanos. La idea es que ser ciudadanos significa ser todo lo que somos, sin que lo que somos, se convierta en un problema para los demás.
Un entendimiento básico de ciudadanía se aterriza a la conceptualización fundamental de T.H. Marshall. En su libro Ciudadanía y Clase Social (1950) descompone la ciudadanía en tres partes o elementos, la civil, política y social. El civil,
"Se compone de los derechos necesarios para la libertad individual de la persona, libertad de expresión, pensamiento y fe, el derecho a poseer propiedad y a concluir contratos validos, y al derecho a la justicia. Este último es de un orden distinto a los otros, porque se refiere al derecho de defender e invocar todos los derechos que a uno le corresponden en términos de igualdad en relación a los otros y por mediación de un debido proceso legal” (p. 8).
El aspecto político se refiere al derecho de “participar en el ejercicio del poder político, como miembro de una entidad investida con autoridad política o como un elector de los miembros de dicha entidad. Las instituciones correspondientes son el parlamento y los gobiernos locales (municipios)” (Ibíd.). Y por elemento social Marshall identifica un
“Amplio abanico de derechos, desde el referente a un mínimo necesario de bienestar económico y seguridad (corporal), hasta el derecho a ser partícipe en el conjunto del patrimonio social y a tener la vida de un ser civilizado de acuerdo a los estándares prevalentes en la sociedad. Las instituciones más cercanamente conectadas a este elemento son el sistema educativo y de servicios sociales” (Ibíd.).
El asunto pues es que el PRI y el PAN, con las oportunidades de gobierno que han tenido, no se han acercado ni un poco a generar las condiciones para la ciudadanía que se pueden extrapolar a la realidad mexicana desde la definición teórica. La apuesta a futuro es que una presidencia de AMLO, en la que seguramente carecerá de una mayoría de control en el Congreso que le permita imponer la voluntad mesiánica que probablemente sí le caracteriza, sería una oportunidad para que los ciudadanos sigamos ganando más espacios. Esto, definitivamente y por razones obvias, no va a ocurrir bajo una presidencia del PRI o del PAN, donde la violencia, el nepotismo y la corrupción, seguirán coloreando nuestra realidad cotidiana.
Hay que desprendernos de lo que somos, si lo que somos nos distancia de contribuir a un espacio de ciudadanía. Si somos capaces de hacerlo, entonces veremos con más claridad la razón por la cual debemos votar por AMLO.
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