domingo, octubre 04, 2009

Cómo detener la guerra de las drogas


Traducción del artículo publicado por The Economist

Marzo 5 de 2009


La prohibición ha fallado; la legalización es el menor de los males


Hace cien años un grupo de diplomáticos extranjeros se reunió en Shanghái en el primer esfuerzo internacional de la historia para prohibir el comercio de narcóticos. El 26 de febrero de 1909 acordaron crear la Comisión Internacional del Opio (IOC, por sus siglas en inglés), sólo unas décadas después de que Gran Bretaña declarara la guerra a China a fin de mantener sus envíos de opio a este país. Desde la creación de la IOC muchas declaraciones y leyes se han hecho para prohibir sustancias que alteran el ánimo. Hacia 1998 la Asamblea General de las Naciones Unidas comprometió a los países agremiados a alcanzar “un mundo libre de las drogas” y a “eliminar o reducir significativamente” la producción de opio, cocaína y cannabis para el año 2008.


Tal es el tipo de promesas que los políticos adoran hacer. Éstas alivian el pánico moral que ha acompañado a la prohibición desde hace un siglo. Su objetivo es tranquilizar a los padres de adolescentes de todo el mundo. Sin embargo, es una promesa altamente irresponsable, porque no puede ser cumplida.


La próxima semana ministros de todo el mundo se reunirán en Viena para establecer la política internacional que se tomará ante las drogas durante la próxima década. Posando como generales de la Primera Guerra Mundial, muchos asegurarán que todo lo que se necesita es seguir igual. Sin embargo, la guerra contra las drogas ha sido un desastre que ha creado estados fallidos en los países en vías de desarrollo, mientras que las tasas de adicción han florecido en el mundo desarrollado. Para cualquiera que tenga criterio esta lucha de 100 años ha demostrado estrechez mental, gusto por la violencia sangrienta, y ausencia de metas claras. Esta es la razón por la que The Economist sigue creyendo que legalizar las drogas es la alternativa menos negativa.


“Menos negativa” no significa que sea buena. La legalización, que claramente es en beneficio de los países productores, traería diferentes riesgos a los países consumidores. Como afirmaremos más adelante, muchos consumidores de drogas sufrirían. Pero desde nuestra perspectiva, los beneficios rebasarían a los perjuicios.


Evidencia del fracaso


La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) ha dejado de hacer referencia a un mundo sin drogas. Su alarde es que el mercado de las drogas se ha “estabilizado”, lo que significa que más de 200 millones de personas, o casi 5% de la población adulta del planeta, sigue consumiendo narcóticos ilegales. Esta es más o menos la misma proporción de hace diez años. (Como la mayoría de las estadísticas oficiales sobre narcóticos, ésta es una especulación educada, debido a que el rigor en la obtención de evidencia es otra víctima de la prohibición). La producción de cocaína y opio es probablemente la misma que hace una década, mientras que la de cannabis ha incrementado.


El consumo de cocaína ha declinado gradualmente en Estados Unidos, de su pico a inicios de los ochentas, pero la tendencia está desequilibrada debido a que su demanda va en aumento en Europa y otros lugares. Esto no es por falta de ganas o esfuerzo. Tan sólo Estados Unidos gasta más de 40,000 millones de dólares cada año tratando de eliminar el abastecimiento de drogas, y arresta a 1.5 millones de ciudadanos cada año por ofensas relacionadas con éstas, encarcelando a unos 500,000. El endurecimiento de las leyes es la razón por la cual uno de cada 5 estadounidenses de color negro termina tras las rejas. En el mundo en desarrollo la sangre está corriendo de manera escalofriante. En México, más de 800 policías y soldados han sido asesinados desde diciembre de 2006, con un número promedio anual de 6,000 víctimas mortales.


Paradójicamente la prohibición vicia el esfuerzo de quienes combaten el tráfico. El precio de una substancia ilegal es determinado más por el costo de distribución que por el de producción. Tómese como ejemplo la cocaína: el consumidor paga cien veces su costo de producción. Mientras que las fumigaciones que hacen los ejércitos para exterminar las plantaciones provoca que el precio de la hoja de coca se cuadruplique, estas acciones carecen de impacto en los precios al menudeo, que son establecidos principalmente por el riesgo que se toma en el trasiego y distribución a las calles de Europa y Estados Unidos.


Actualmente los zares antidrogas presumen capturar casi la mitad de la cocaína que es producida. El precio en las calles de Estados Unidos parece haber aumentado, mientras que la pureza ha disminuido, particularmente en el último año. No está claro, sin embargo, que la demanda cae a medida que los precios aumentan. Por el otro lado, hay suficiente evidencia de que el negocio del narcotráfico se adapta con rapidez a la interrupción del abasto. En el mejor de los casos, la represión más efectiva simplemente fuerza un cambio en los sitios de producción. Es así que la producción de opio ha migrado de Turquía y Tailandia a Myanmar y al sur de Afganistán, indirectamente debilitando los esfuerzos occidentales para vencer a los talibanes.


Al Capone, pero en escala global


De hecho, lejos de reducir la criminalidad, la prohibición ha promovido la actividad gansteril de una forma jamás vista. De acuerdo a las quizás infladas estimaciones de la ONU, el valor de mercado de las drogas ilegales es de unos 320,000 millones de dólares. En Occidente, los drogadictos son tratados como delincuentes, sin que necesariamente lo sean (el actual presidente de Estados Unidos pudo haber terminado en la cárcel por sus experimentos de la juventud con cocaína). La prohibición también hace a las drogas más peligrosas, debido a que los dependientes compran cocaína y heroína altamente adulteradas. Muchos también usan agujas infectadas para inyectarse, transmitiendo el VIH; los desafortunados que sucumben al “crack” o a la meta-anfetamina quedan marginados de la sociedad, quedando a merced de sus proveedores. Es en países en vías de desarrollo donde se está pagando el precio más alto de la prohibición.


Una democracia relativamente desarrollada como lo es México se encuentra ahora en una lucha de vida o muerte contra los criminales. Oficiales estadounidenses, incluido un ex dirigente de la lucha antidrogas, han manifestado temor de manera pública ante el prospecto de tener a un “narco estado” como país vecino.


El fracaso de la guerra antinarcóticos ha llevado a que algunos de los líderes más arrojados, especialmente de Europa y Latinoamérica, sugieran un cambio de estrategia que en vez de encarcelar a los usuarios se concentre en darles acceso a servicios públicos de rehabilitación, y en reducir el daño potencial, distribuyendo por ejemplo agujas nuevas. Este enfoque pondría más énfasis en la educación pública y el tratamiento a adictos, mientras que reduciría la presión a campesinos que cultivan la coca, y a usuarios de drogas “blandas”. Tal sería un paso positivo. Sin embargo es probable que carecerá de financiamiento adecuado y descuida el problema del crimen organizado.


La legalización se desharía de los gánsteres, y haría que las drogas pasaran de ser un asunto de ley y orden constitucional a uno de salud pública. Los drogadictos serían tratados como enfermos, no como delincuentes. En este contexto los gobiernos regularían el comercio de narcóticos, recaudarían impuestos y ahorrarían miles de millones en financiar la guerra contra el narco, quedando libres de usar esos recursos en educación y tratamiento. La venta a menores de edad seguiría prohibida. Cada narcótico quedaría bajo un distinto régimen fiscal. El sistema sería imperfecto, requeriría constante monitoreo. Los precios después de impuestos serían fijados a un nivel que buscaría equilibrio entre la necesidad de desestimular la demanda por un lado, y por el otro, la de evitar la creación de un mercado clandestino, y de actos desesperados tales como el robo y la prostitución, en los que se involucran los adictos a fin de satisfacer sus hábitos de consumo.


Con todos sus defectos, es viable hacer que este sistema sea aceptado por las sociedades en países productores de drogas, donde el crimen organizado es el problema central de la cuestión. Lo difícil es “vender” la idea a los países consumidores, donde la adicción es la principal lucha política. Muchos padres de familia en Estados Unidos podrán aceptar que la legalización sea la respuesta adecuada para los pueblos de América Latina, Asia y África; es posible incluso que vean los beneficios que esto tendría en el contexto de la lucha contra el terrorismo. Sin embargo, su principal temor tiene qué ver con sus propios hijos. Este miedo está basado en gran medida sobre la presunción de que más personas consumirían drogas en un régimen de legalización. Esta suposición es sin embargo errónea. No existe correlación entre la dureza de las leyes y la incidencia del consumo de drogas. Los ciudadanos que viven en regímenes antinarcóticos estrictos como Estados Unidos y Gran Bretaña, consumen más drogas, no menos. Con la cola entre las patas, los líderes de la lucha antidrogas atribuyen este hecho a las diferencias culturales, pero incluso en países similares los reglamentos estrictos tienen escaso impacto en el número de adictos: la estricta Suecia y la más liberal Noruega, por ejemplo, tienen exactamente las mismas tasas de adicción. Puede que la legalización reduzca tanto el abasto como la demanda. Nadie lo sabe con certeza. Es improbable que caerá la venta de un producto más barato, más seguro y que esté disponible en el mercado. De hecho, cualquier proponente honesto de la legalización debe estar preparado para aceptar que el consumo de drogas en general aumentará.


Pero existen dos razones principales para argumentar que la prohibición a las drogas debe ser eliminada. La primero es de corte liberal en principio. Aunque algunos narcóticos ilegales son extremadamente peligrosos la mayoría no lo son (el tabaco es por ejemplo más adictivo que virtualmente cualquier otra droga). La mayoría de los consumidores de drogas ilegales, incluida la cocaína e incluso la heroína, son usuarios ocasionales. Las toman porque obtienen placer de éstas, al igual que disfrutan un whisky o un Marlboro Light. No es la función del Estado hacer que dejen de disfrutar. ¿Y qué hay sobre la adicción? Esta queda en parte cubierta por el primer argumento, dado que el daño implícito es principalmente sufrido por el usuario. Claro está que la adicción también inflige dolor en las familias y sobre todo en los hijos de cualquier adicto, e involucra mayores costos sociales. Esta es la razón por la cual desalentar la adicción y tratarla debe ser la prioridad de la política antidrogas. De aquí que el segundo argumento es que la legalización ofrece una oportunidad verdadera para tratar las adicciones.


Al difundir información honesta sobre los riesgos sanitarios representados por diversas drogas, y al ponerles un precio de mercado que refleje esos riesgos, los gobiernos pueden persuadir a los consumidores que si tienen que drogarse, lo hagan con las sustancias menos dañinas. La prohibición ha fracasado en prevenir la proliferación de drogas sintéticas producidas en laboratorios. La legalización por lo tanto podría alentar a las firmas farmacéuticas a que intenten depurar las sustancias que la gente consume. Los recursos obtenidos por los impuestos y aquellos destinados para el aparato de represión permitirían a los gobiernos garantizar la disponibilidad de tratamiento para los adictos, lo que constituye una manera de convertir a la legalización en una solución menos amarga para los sectores sociales más conservadores. El éxito que los países desarrollados han conseguido al reducir el consumo de tabaco, que está similarmente sujeto a impuestos y regulación, es un precedente en el que pueden fincarse las esperanzas.


¿Una apuesta calculada o un siglo más de fracaso?


Esta publicación escribió en favor de la legalización hace 20 años. En vista de la evidencia más reciente, la prohibición parece aún más dañina, especialmente para los pobres y débiles de este planeta. La legalización no sacará por completo a los criminales del mercado de las drogas. Como con el alcohol y los cigarros, siempre se pueden evitar impuestos y torcer las reglas del juego. Tampoco curará automáticamente a estados fallidos como Afganistán. La solución es problemática, pero dado que hemos desperdiciado un siglo tratando de prohibirlas, es hora de intentar el camino de la legalización.

3 comentarios:

Carlos G Garibay dijo...

Saludos Gabriel.

Como siempre un excelente trabajo al publicar esta información. El asunto es desde luego complejo y costaría trabajo hacer un comentario completo al respecto de una sola vez. Sin embargo creo que mientras luchar contra el narcotráfico resulte tan buen negocio no se legalizará el consumo de drogas. Yo lo veo de este modo. Si un motorolo de banqueta es detenido por la poli, minimo se lo llevarán a que pase sus 36 horas en el bote y que pague una multa, si bien le va. O tal vez le tumben unos 300 pesos para no detenerlo. Todo est asumiendo que el tal puede pagarlos. Si el policía debe cumplir con una cuota ante sus superiores de cierta (no pequeña) cantidad diaria de dinero fruto de las mordidas o de cierta cantidad de detenidos para aparentar que se trabaja bien entonces ni el policía ni su superior estarán de acuerdo en perder esa pequeña fuente de cuotas. Si cojemos altura podríamos pensar que a gran escala resulta provecho$o para mucha gente. Pienso en general que con este estado de cosas, como dice la canción, algun hijo de puta debe estar contento.

Un afectuoso saludo

Gabriel Moreno dijo...

Muchas gracias por tu comentario Charly. Es verdad que la prohibición ha sido una herramienta de legitimación del estado que justifica presupuestos absurdos para una lucha que está de antemano perdida. La cuestión aquí es que en casos como México, la legalización se hace una cuestión de vida o muerte, pues la misma prohibición pone en riesgo la existencia del estado y la unidad territorial y política del país. Creo que debemos dejar de ver la prohibición simplemente como un negocio de los políticos, y comenzar a presionar porque se adopten soluciones de largo plazo. En este caso, la legalización sería una de ellas.

Carlos G Garibay dijo...

Salud Gabriel.

Estoy de acuerdo en que la legalización es una buena parte de la solución. Esperemos que de lograrse no se convierta en un caldo de cultivo para nuevas burocracias y cotos de poder como ocurre con las actuales drogas legales. Sin embargo sería mejor eso a la lluvia de balas.

¡salud!