La
baja incidencia del voto en el extranjero nos dice que la diáspora mexicana
rechaza el sufragio como una forma de hacer ciudadanía
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Votar, para "ser parte" |
(Mexicopolis) Julio 11 - El resultado de las elecciones del 1 de
julio hubiera llevado a la presidencia a Josefina Vázquez Mota si el resultado
fuera determinado por los mexicanos en el extranjero.
Con 42.17% de los votos para el PAN, 39%
para Andrés Manuel López Obrador y 15.62% para el PRI, según
el conteo del IFE, las preferencias electorales de los emigrantes se
distinguen claramente de las expresadas por los mexicanos que habitan en
territorio nacional.
A menudo se dice que la diáspora mexicana
es anti-priísta, porque guarda una memoria de los gobiernos del PRI como los
responsables de las condiciones de pobreza que en primer lugar los motivaron a
dejar su país. De lo anterior aquello de que “los migrantes votan con los pies”.
Ciertamente, para efectos prácticos, el
voto migrante fue insignificante, considerando que (al igual que en el 2006),
el total de personas que votaron en ausencia (40,714) representaron menos del
1% de los 4.2 millones de electores potenciales.
Si se toma la cifra invertida para promover
el voto de los migrantes en el 2006, de 270 millones de pesos, el costo este
año sería de $6,632 pesos por sufragio, aunque es un hecho que en esta ocasión la
inversión fue muy superior dado que los costos del registro de electores (a
diferencia del 2012) corrió a cargo del IFE. Y uno puede preguntarse, ¿vale la
pena?
La respuesta es un rotundo “no” si se hace
una lectura desde el número de participantes en la elección. Por el otro lado,
la respuesta es un “sí” del IFE, que ve el voto migrante como una “ampliación
de los derechos… equivalente a la que concedió el voto a la mujer” en 1953 (IFE.,
p. 1).
Una lectura menos lineal, sin embargo, nos
pide reflexionar en términos que van más allá de derechos y obligaciones hacia
un estado nacional. Si nos atenemos al IFE, la calidad ciudadana de los
migrantes se mediría por su cantidad de sufragios.
Como es bien reconocido, sin embargo, los
mexicanos en el exterior participan de formas diversas y esenciales en el
destino del país. El ejemplo inmediato es el de las remesas, que además de
aportar estabilidad macroeconómica aseguran la alimentación y educación de
millones de hogares y niños (Alcaraz,
Chiquiar & Salcedo, 2010).
Aunado a las formas materiales de estar presentes, la migración involucra
a menudo subjetividades a través de las que se experimenta el país de origen de
manera distante, una observación que se deriva de un
proyecto de investigación en progreso que estudia los comentarios en foros
de noticias en línea.
Como botón de muestra está el comentario de
“bandidox”, un mexicano residente en San Diego, quien ante reportes de que un
hombre de Ciudad Juárez fue apuñalado por denunciar a unos policías que lo
secuestraron, escribió lo siguiente:
“En
serio que es el colmo de la impunidad, ya estoy hasta la madre de tanta
injusticia y que el ciudadano común esté en manos de estos delincuentes. Los
industriales tienen que asociarse con la gente y unir fuerzas para combatir a
estos desvergonzados cobardes”.
Como la anterior, hay un sinfín de
reacciones similares ante el flujo constante de reportes que muestran a México
como un país en el que la población parece indefensa ante las condiciones de
inseguridad, violencia, corrupción e impunidad que se narran desde los medios
de comunicación.
El asunto es que la ciudadanía, más allá de
derechos y obligaciones, se practica también de manera distante, a través de
transacciones concretas, pero también de emociones como el enojo, de la
necesidad que se siente por hacer algo para cambiar una realidad que se vive de
manera distante.
De lo anterior mi opinión, en el sentido de
que la baja participación electoral de los mexicanos en el extranjero es una
forma de decir no a figuras de participación cívica impuestas desde arriba.
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